A puntito de celebrar el primer cumpleaños de nuestra peque, me he puesto a pensar de nuevo en sus primeros días de vida y en la razón que tiene el dicho popular “quien avisa no es traidor”, lo digo porque nuestra hija ya nos avisó nada más nacer de que tenía unos buenos pulmones. Cuando llegó a este mundo estuvo dos horas de reloj llorando, un pequeño adelanto de lo que nos esperaría al llegar a casa. Lloraba por las noches y nos decían que eran gases. Por la mañana y nos decían que era hambre. Por la tarde y nos decían que era una hora muy mala para los bebés. Lo hacía cuando nos alejábamos de ella y era porque tenía mamitis/papitis. Cuando la dejábamos en la cuna y era porque la habíamos malacostumbrao a los brazos… Hasta que nosotros mismos descubrimos que la niña era llorona y punto. Pero la gente no nos creía, seguían pensando que la teníamos malacostumbrada o que estaba enferma, hasta que ellos mismos sufrían en sus propias carnes las consecuencias de los llantos de la ratilla.
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